martes, 4 de septiembre de 2012

El Atleta y la austeridad [Relato]


El atleta sale a correr otro día más. Imagina el recorrido que seguirá, planifica el ritmo que quiere adoptar, se ajusta los auriculares y selecciona la música que hoy quiere escuchar mientras entrena.

El cronómetro que lleva en la muñeca ya ha localizado los satélites y el atleta se pone en marcha de forma lenta y progresiva, sin exigencias, sin caballos desbocados, cuando su corazón se va despertando y, poco a poco, se anima a latir con más alegría. Pasa por delante del colegio Manuel de Falla y escucha cómo los niños, dentro, juegan al balón. Bruce Springsteen le canta al oído y el atleta no puede evitar sonreír.

Llega hasta el Paseo de la Estación y allí sortea personas y automóviles con una agilidad asombrosa. Sin embargo, no consigue evadirse del todo, como otras veces, y a su mente comienzan a llegar de forma indisimulada imágenes de presidentes de gobierno, de recortes a funcionarios, de primas de riesgo subiendo como la espuma, de políticos corruptos que no se bajan los sueldos, de pensiones vitalicias, de mineros cabreados, de indignados que salen a la calle, de bolsas que se derrumban, de bancos que chupan la sangre, de coches privados pagados con dinero público, de paro, grandes fortunas, hipotecas, embargos…, de presunta austeridad. No puede evitar sentirse tremendamente enfadado y acelera el paso, convirtiéndose entonces en una gacela. Piensa en su familia, en cómo hará él mismo para darle de comer. Los tiempos han cambiado y ahora toca apretarse el cinturón. Realiza cálculos mentales pero no consigue encontrar la fórmula para llegar a fin de mes. Quizás debería vender su cronómetro en eBay y así sacar algún dinerillo extra.

Sigue aumentando la cadencia de sus pasos y se aproxima al Camino del Colesterol. Ralentiza el paso, apaga el reproductor musical y se concentra en la subida por el puente peatonal que le permite pasar sobre las vías del ferrocarril. En ese instante un Ave que va de Sevilla a Madrid pasa bajo sus pies y no puede evitar seguirlo con la mirada. Tras la subida el atleta comienza a sentir el cansancio. Su corazón le brinca en el pecho y las piernas le pesan un poco, pero sigue corriendo, aunque su ritmo ahora es el de un caracol.

Un par de kilómetros en llano le permiten recuperar el resuello perdido; un atisbo de sonrisa vuelve a dibujarse en su cara. Su pensamiento ahora está libre y sólo se preocupa por sentir el aire fresco de esta tarde de otoño, ese magnífico olor a tierra mojada que le trae sensaciones de la infancia, olvidada ya hace tanto.


De vuelta de nuevo a Brenes, el atleta sigue sorteando personas y automóviles, pero también perros, bicicletas y contenedores. Decide seguir su carrera en dirección a Pelagatos.

Y es frente al polideportivo, muy cerca de la gasolinera, donde lo ve. Por un momento, no da crédito a sus ojos, pero sí, no hay duda. Es Fuentes, su amigo de la facultad, el número uno de su promoción, la gran promesa, el preferido por todos los profesores, el alumno más brillante. Está sentado sobre una manta roída donde, junto a él, dormita un perro pequeño y triste. Fuentes lleva una barba larga y enmarañada que le hace apenas reconocible, pero sus ojos siguen siendo los mismos, aunque ahora están barnizados de una cierta resignación. Sus ropas están sucias y desgastadas. El atleta, que ha ralentizado el paso, puede observar que sobre la manta hay también una vieja mochila y un cartón de vino de mesa abierto. No puede ser, pero es él, su amigo, su compañero. Fuentes da un trago del tetrabrik, acaricia el lomo de su perro y se afana en su tarea: construir un barco con grandes piezas de lego que debe de haber cogido de algún contenedor de basura. El atleta vuelve la cara, acelera su carrera, enciende de nuevo su reproductor musical –que pone a todo volumen- y se muerde los labios mientras piensa –por decir algo delicado- en presidentes de gobierno, en recortes a funcionarios, en primas de riesgo y en políticos corruptos.

Foto| El Pelos Briseño